Pero la sorpresa arrebata la ensoñación
de este redactor cuando quien aparece es un jugador atípico. No es un gaucho
de boina ladeada, ni un polista dotado. Es un médico retirado de la profesión
y apasionado por el deporte, que se apura en señalar: “Como polista he sido
siempre un excelente cirujano”. Es que Marcos Llambías lleva el polo en las
venas, y se le nota a los pocos segundos de comenzar a charlar, y la magia
empieza a brotar cuando cuenta que no proviene de una familia del polo; que
empezó a jugar por influencia de un compañero del colegio que llegó a tener
ocho goles de hándicap; que navegó entre dos mundos: haciendo listas de
caballos cuando operaba, y obsesionado por sus pacientes graves cuando corría
tras la bocha en un partido.
El inesperado azar hizo de las suyas, y por
intermedio del cardiólogo que monitoreaba sus pacientes en el quirófano,
Llambías supo de la existencia de un maestro de la equitación que buscaba
trabajo. Entonces ambos se asociaron, fundaron una escuela de polo, exportaron
caballos y viajaron por el mundo hasta que el deporte se hizo más rentable que
la medicina, y las tardes de sol reemplazaron a la luz artificial de las salas
de operaciones.
La actividad se torna febril cuando la
realidad se impone a la magia del relato, y los jugadores locales, los
extranjeros, los petiseros, los turistas del "Polo Day" y los
caballos, se preparan para otro día de pasión deportiva y entretenimiento.
“Jugar me costó
mucho. En primer lugar porque no venía de una familia polista, ni tenía apoyo
financiero para solventar los gastos de un deporte caro por naturaleza. Algo
imposible tanto para un niño en edad escolar, como para un posterior estudiante
de medicina, y más tarde, médico cirujano”, se achica Llambías, aunque llegó a
los 6 goles de hándicap.
FOTOS:
titocoletes.com.
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Celular: 1161958812
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